viernes, 4 de enero de 2008


El amor no se hereda


El amor es el ideal en la relación de los hijos con los padres, pero no una norma de obligado cumplimiento
El amor al padre y a la madre es el más irracional de los amores en los que estamos embarcados, porque en ninguno se siente tanto el deber de amar. Sin embargo, esa obligación debe ser bien entendida, precisa de voluntad y compromiso, reciprocidad y bases sólidas que generen una relación sana y libre con posibilidades de ser sincera y que procure la felicidad. Pero los sentimientos de los hijos hacia los padres no siempre están marcados por el amor, lo que puede generar inquietud, frustración y sentimiento de culpa, que afloran especialmente en fechas como las navideñas, en las que las reuniones familiares adquieren una gran relevancia.


Conflicto por la falta de un amor "obligado".
Hay que velar por las necesidades básicas de los padres, pero este compromiso no tiene por qué estar vinculado con el amor
Si se interiorizan estas cualidades, se llegará a un amor donde hay cantidad, calidad y calidez. Pero sucede que el amor filial, aquél que une a los hijos con sus padres y madres, no es perfecto en sí mismo. No se hace solo. De hecho, hay padres y madres que no pudieron o no supieron amar. No posibilitaron que se abriesen los cauces para que se desarrollara y anclara el amor.
Estos hijos admiten que no les gusta cómo se guían sus progenitores en la vida y se sienten muy lejos de su esquema de valores. Llega el momento en que constatan que no han sido escuchados ni ayudados, y reconocen el vacío del abandono.


A amar también se aprende.
Se asume entonces que no hay amor hacia sus padres. Pero como persiste la creencia de que este amor es obligado, esa persona se siente coaccionada por ella misma, y por la sociedad, a no admitir la realidad, y esto genera conflicto. A amar también se aprende: en el fondo y en las formas.
En esta situación es muy difícil que los hijos amen a sus padres. Es más, incluso condiciona la forma de amar en el futuro. En una relación de amor en la que hay un interés y una necesidad especial para que funcione, hay que distinguir entre su puesta en práctica y el fundamento, entre el cómo y el qué. En el primero, se puede errar o se puede no estar de acuerdo, se suceden comportamientos que no nos gustan o que incluso podemos rechazar. En ocasiones se puede evidenciar que los padres y madres no supieron estar a la altura de las circunstancias, que no se comportaron de la manera adecuada.
En otras ocasiones, no supieron transmitir el amor, se echaron en falta demostraciones de cariño y ternura. Pero estas carencias no hay que confundirlas con un problema de fondo. Probablemente no supieron hacerlo porque no dispusieron de la posibilidad de aprendizaje.
Todos sabemos cuál es la situación en la que nos situamos y en la que nos han ubicado las circunstancias. En esa tesitura, igual que se aprende a amar, se practica el amor: ¿qué sucede cuando el amor no surge? Cuando ha fallado el fondo, se conoce, y se admite el fallo.


La responsabilidad filial sin amor.
Aunque se sienta emoción, no es obligatorio querer porque sí a los padres y madres. Es más, si esa relación resulta insana e insaludable en nuestra vida debemos optar por no amarlas como expresión también del respeto que nos debemos a nosotros mismos. En esta situación:
Hay que permitirse no amarles.
Prodigarles conductas cariñosas, sin que impliquen una relación de amor.
Atenderles y cuidarles en sus necesidades básicas.
Pese a todo, surge la polémica y genera desazón y desasosiego cuando la realidad de la falta de amor se materializa, se admite y se decide actuar en consecuencia. Sin embargo, el grado de compromiso debe ejercitarse y reforzarse cuando los padres y madres pasan a ser dependientes y no se valen por sí mismos. Habrá que atenderlos y cuidarlos en sus necesidades básicas, si así se decide, pero este compromiso no tiene por qué estar vinculado con el amor. Este apartado tiene más que ver con la reciprocidad y el agradecimiento. Si se quiere asumir, no significa que en todos los casos tenga que ser personalmente.


Nunca es tarde.
Toda carencia condiciona, pero no determina, la calidad de las relaciones afectivas. Siempre que se sea consciente y se recurra al aprendizaje, se pueden reestructurar las relaciones. Nunca es tarde, se tenga la edad que se tenga.
Lo imprescindible en el amor, el compromiso que conlleva, es dedicar tiempo, escucha, respeto, ternura y un sinfín de muestras de amor, como son los abrazos, los besos, las caricias y las expresiones cariñosas.
Amar es alimentar la ilusión, la seguridad y la vida. Si decidimos amarles, ése es el alimento que nos comprometemos a entregar.


6 claves.
Para evitar y paliar las consecuencias de estas emociones negativas, no hay que olvidar que al amor, también hacia los padres, se llega con dedicación, atención, comunicación, respeto, ternura y cariño, condiciones que conviene matizar con precisión:
Dedicación: tiempo de presencia real, de estar "con", "junto a", no de coincidir en el mismo espacio físico.
Atención: escuchar los requerimientos, las necesidades, las penas y las alegrías de la otra persona.
Comunicación: hablarse, decirse, compartir la vida, generar una relación.
Respeto: aceptación, sin etiquetajes ni reproches y, en especial, sin manipulaciones para que cambie y sea como nos gustaría que fuese.
Ternura: hacer sentir a la otra persona la importancia que tiene en nuestra vida.
Cariño: pronunciar palabras de amor, decirle "te quiero" y demostrárselo gestualmente con nuestras caricias.

¿Qué comemos hoy?



Hemos encontrado este artículo y nos ha parecido interesante y de gran ayuda para solucionar los pequeños problemas que surgen a la hora de comer.


Sorpréndeles con una original ensalada.
Elegir una ensalada o un plato de verdura es un buen modo de comenzar. Sin embargo no es tarea fácil, ya que niños y adolescentes suelen asociarlos con platos verdes y sin sabor, pues en casa, muchas veces por falta de tiempo, habéis descuidado su presentación, un factor importante para conseguir abrir su apetito.
En muchos restaurantes podéis encontrar ensaladas más elaboradas, que llevan más ingredientes y cuyo color puede despertar el interés de los pequeños. Os puede dar ideas para luego prepararlas en casa con la ayuda de vuestros hijos. ¿Qué tal si elegís para comer una ensalada de pasta de colores o de arroz? Muchos restaurantes presentan las ensaladas llenas de colores y sabores; les añaden palitos de pescado, remolacha, maíz, tomates enanos o cherry... No es casualidad si encontráis trozos de fruta entre la ensalada; la piña, la granada y la manzana son las que más se suelen usar. La combinación acertada de estos alimentos puede convertir una ensalada en un plato muy apetecible para ellos, y también para vosotros los padres. Lo mismo ocurre con las que añaden queso, pollo, jamón, pavo o incluso gambas. Si además la ensalada está aliñada con una vinagreta de frutos secos o una salsa de yogur, todavía puede ser más fácil que la prueben y les guste.



¿Por qué no una verdura?
Como muchos niños y adolescentes, puede que tus hijos tampoco incluyan las verduras dentro de sus alimentos preferidos. ¿Han probado un pastel o un flan de verduras? ¿Y unos crepes o unos rollitos de tortilla rellenos de verduras? No te limites a preparar las verduras cocidas y con patata. Descubre con ellos las miles de posibilidades que ofrecen las verduras en la cocina. Tal vez si se lo ofreces fuera de casa tengas más éxito, pues lo puede interpretar como una celebración. Y toma nota de los platos que ofrecen los restaurantes para que hagáis entre todos las nuevas recetas en casa.


De segundo, ¿siempre carne?
A la hora del segundo plato, lo más seguro es que la carne sea su elección. Aunque si os paráis a pensar un poco, ¿vosotros también lo hacéis?
Una comida o una cena fuera de casa es un buen momento para que toda la familia os animéis a probar platos diferentes. Animaros a comer pescado con diferentes salsas, en forma de puding, relleno, en forma de hamburguesa, acompañado con originales guarniciones... ¡Comprobad lo agradable que es su sabor! Además, los restaurantes ofrecen variedad de platos que, tal vez por falta de tiempo o por desconocimiento, no se suelen elaborar en casa. Podéis aprovechar la oportunidad de probar platos originales como unos huevos o unos pimientos rellenos de pescado o marisco, una empanada, unas croquetas o unas albóndigas de pescado. Este puede ser un buen momento para que vayan aceptando el pescado. Y lo dicho, ¡a predicar con el ejemplo!
Y en caso de que se decanten por la carne, es preferible que ésta se acompañe de una guarnición vegetal, es decir, pimientos, champiñones, verduras salteadas... Para que les muestres que hay alimentos distintos a las patatas fritas para acompañar a un filete.


Arroz o pasta, ¡delicioso plato único!
Si tus hijos prefieren comer pasta o arroz, puedes darles una idea nueva y proponerles que lo tomen como segundo plato después de una rica ensalada. Muéstrales que no solo existe la salsa de tomate, la boloñesa o la carbonara para acompañar a un plato de pasta.
Si se decantan por el arroz, hazles ver que pueden disfrutar de una paella de verduras, un arroz tres delicias, o una paella de carne o pescado. ¿Y por qué no pedir lasaña, canelones o paella para toda la familia?


¿Y de postre?
Es bien sabido que los niños presentan una debilidad especial por los dulces. ¡Y no sólo los niños! Un caprichoso postre dulce no supone ningún problema ni para ti ni para tus hijos si lo tomáis de vez en cuando, aunque no está de más si echáis un vistazo a la carta de postres del restaurante. Muchos de ellos ofrecen además de tartas y pasteles, opciones muy saludables elaboradas con frutas, cuyo colorido y sabor supera a muchas recetas de pastelería o repostería.
¿Qué tal si termináis la comida con un batido natural de frutas? ¿O con una deliciosa macedonia? ¿Y por qué no con un helado de leche? Todos son postres que además de estar disponibles en la carta de muchos restaurantes son muy sencillos de elaborar en casa.
Pensad en lo importante que es no ceder siempre a sus caprichos, acostumbrarles a probar diferentes alimentos y sobre todo predicar con el ejemplo, ya que no tiene mucho sentido explicarles lo rica que es la ensalada si ellos no ven que vosotros también la tomáis.

jueves, 3 de enero de 2008


Hijos e hijas en las familias homoparentales: Un nuevo modelo de familia.

El debate se centra en si el desarrollo de los niños que crecen en familias con progenitores homosexuales es el adecuado
El sentido de familia y su consideración como institución básica de la sociedad sigue vigente, aunque se han modificado sus estructuras y diversificado las formas de convivencia, lo que ha dado lugar a nuevos modelos. Igual que se dejó atrás la estructura que acogía bajo el mismo techo a abuelos, madre, padre e hijos, incluso hermanos o tíos solteros, la familia tradicional formada por padre, madre e hijos ha perdido su hegemonía absoluta y comparte ahora la organización de los núcleos familiares con otras fórmulas: hogares de una sola persona, de un progenitor con hijos, de parejas sin hijos o con hijos no hermanos...
De unos años a esta parte se ha ido asumiendo la existencia de las familias en las que los dos miembros de la pareja son homosexuales, pero aún no gozan del reconocimiento social y en ocasiones despiertan recelos, cuando no se encuentran con fobias y marginación. El que comiencen a ser visibles plantea preguntas a una sociedad que se obligada a proveerse de respuestas.




Qué dicen las investigaciones.
Los niños que crecen en familias homosexuales apenas difieren de los de familias convencionales
Lo que más parece inquietar a la sociedad respecto de este nuevo modelo de familia no es su propia existencia o su creciente visibilidad social, sino la incidencia que este formato familiar pueda tener en los hijos e hijas que crecen en él; es decir, su desarrollo como persona, y si éste modelo incide negativamente, o no lo hace, en la psique de los pequeños. Por ello, diversas entidades, entre otras algunas dedicadas a la protección de la infancia, cuestionan la idoneidad de estas familias para proporcionar un marco adecuado de educación, desarrollo y modelo de identidad de los niños y niñas que crecen en ellas. Los interrogantes sobre el desarrollo infantil y adolescente cuando se crece en una familia homoparental han sido despejados en varios estudios realizados en diversos países, principalmente en Estados Unidos y en Reino Unido. La mayoría de ellos concluyeron que:
Los chicos y chicas de familias homoparentales no difieren de los criados con progenitores heterosexuales en ningún área del desarrollo intelectual o de la personalidad (autoestima, ajuste personal, manejo del control, desarrollo moral, etc.)
Tampoco difieren en identidad sexual, identidad de género u orientación sexual.
Mantienen relaciones normales con sus compañeros y son tan populares entre ellos, como los hijos o hijas de progenitores heterosexuales.
Cuando aparece alguna diferencia entre chicos y chicas de ambos tipos de familia, éstas son favorables a los chicos y chicas de familias homoparentales, más flexibles y dispuestos a aceptar la diversidad que los de las familias heterosexuales.
No obstante, se necesitaba saber qué ocurría en nuestro país: si podíamos hablar de los mismos resultados, teniendo en cuenta que lo que se había estudiado eran sociedades anglosajonas que han integrado y aceptado la homosexualidad en mayor medida que nosotros.




¿Y en España?
Desde organismos privados, plataformas e instituciones como el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid y el departamento de Psicología de la Universidad de Sevilla se ha llevado a cabo un estudio que ha tratado de responder a la pregunta clave: ¿Cómo es el desarrollo y ajuste psicológico de los chicos y chicas que viven con madres lesbianas o padres gays? Se hicieron evaluaciones a chicos y chicas que habían vivido en ese núcleo familiar, y también a sus compañeros y compañeras, hijos de progenitores heterosexuales. Los resultados obtenidos, atendiendo a las diferentes áreas estudiadas, fueron:
COMPETENCIA ACADÉMICA: Los datos fueron proporcionados por su profesorado, como conocedor de esta materia específica. No se encontraron diferencias significativas entre los grupos estudiados.
COMPETENCIA SOCIAL: La media obtenida en cuanto a las habilidades sociales de chicos y chicas de familias homoparentales los sitúa en los niveles promedio en el baremo de la escala. De nuevo, al igual que en el apartado anterior, las diferencias no son significativas.
IDEAS RESPECTO A LA DIVERSIDAD SOCIAL: No hubo diferencias con las puntuaciones medias totales obtenidas en los otros grupos estudiados. Sin embargo, los análisis de las distintas subescalas que componían la escala total, mostraban sin lugar a dudas que los chicos y chicas de familias homoparentales obtenían medias más altas de aceptación de la diversidad de orientación sexual y de aceptación de la homosexualidad, aunque no diferían en su visión de los géneros.
AUTOESTIMA: Los valores indicativos de los hijos e hijas de progenitores homosexuales estaban situados en un lado más positivo y en niveles más altos, por encima de chicos y chicas del grupo de familias heterosexuales.
ROLES DE GÉNERO: En lo que tiene que ver con su conocimiento de lo que esta sociedad considera más apropiado de hombres o mujeres, es decir de los roles de género, no hay diferencias entre los dos grupos, ni tampoco en cuanto a sus preferencias por juegos o actividades profesionales para el futuro. Sí aparecieron diferencias significativas, en cuanto a su flexibilidad en la consideración de que determinados objetos pueden ser usados tanto por hombres como por mujeres. De los datos se desprende que los hijos e hijas de familias homoparentales parecen ser menos estereotipados, más flexibles en su consideración de lo que es apropiado para hombres o para mujeres.
AJUSTE EMOCIONAL Y COMPORTAMENTAL: Las evaluaciones efectuadas a hijos e hijas de familias homoparentales revelan que no tienen especiales problemas de ajuste emocional o de comportamiento. Las comparaciones con los otros grupos-control, evidenciaron que no se registraban diferencias estadísticamente significativas entre los distintos grupos analizados.
ACEPTACIÓN SOCIAL E INTEGRACIÓN:
Los chicos y chicas de la muestra de familias homoparentales recibieron por parte de sus compañeros una calificación media, que más en concreto, les sitúa ligeramente por encima de la media en aceptación. Tampoco se anotaron diferencias significativas en la aceptación por parte de sus compañeros de clase, ni respecto a si contaban con amistades dentro y fuera de su clase ni siquiera en el grado de satisfacción que generaban en sus amigos y amigas. Ateniéndonos a los resultados obtenidos en este estudio, elaborado con una muestra de familias homoparentales residentes en Madrid y Andalucía, puede concluirse que no existen diferencias reseñables respecto de los resultados que depararon estudios similares realizados en países anglosajones como EEUU o Reino Unido.
Puede deducirse de estos estudios que el desarrollo psicológico infantil y adolescente dentro de familias homoparentales no sólo no presenta estadísticamente problemas a nivel intelectual, emocional o de relación, sino que se mantiene en parámetros similares a los hijos e hijas de familias convencionales, y que incluso presenta una mayor tolerancia y flexibilidad en lo que respecta a la aceptación de la diversidad social.




Maltrato infantil:En la infancia, no todo es felicidad.


Por defecto e instantáneamente, nuestro inconsciente sitúa el maltrato a los niños en ambientes sociales marginales. Asocia este problema con familias muy distintas del hogar medio, insertas en esos minoritarios entornos humanos que padecen los efectos de una suma pobreza, una nula instrucción académica o las toxicomanías
El ciudadano biempensante, cualquiera de nosotros, difícilmente ubicaría estos lamentables episodios en hogares convencionales, con padres integrados socialmente y que gozan de una calidad de vida equiparable a la de la mayoría. El imaginario colectivo no actúa inocentemente ni por azar. En este caso, al menos hay dos argumentos que explican por qué asignamos automáticamente estos malos tratos a los niños con familias de ambiente marginal o especialmente difícil.
En primer lugar, las noticias que difunden los medios de comunicación se hacen eco exclusivamente de las prácticas más degradantes y lesivas para los niños: maltratos físicos graves, torturas, asesinatos, desatención palmaria a las necesidades elementales de los pequeños, o el uso de sus cuerpos o imagen con fines pornográficos.... y apenas prestan atención a otro tipo de maltratos menos rentables desde una perspectiva de comunicación, por menos llamativos o menos morbosos.
Y en segundo lugar, muchos padres que jamás cometerían uno de esos atropellos que indignan a cualquiera, reducen el maltrato infantil a un catálogo tan corto de prácticas que les impide reflexionar sobre la posibilidad de que alguno de sus comportamientos habituales o esporádicos para con sus hijos pueda tratarse en realidad de un hecho de malos tratos.


Está en todos lados.
Este problema está más extendido de lo que queremos pensar y, aunque de manera solapada, se manifiesta incluso en nuestro entorno social más próximo. Es un drama orillado, porque no se dispone de datos que sitúen su verdadera dimensión de modo numérico y estadístico. Y porque es una vergüenza social, un déficit de humanidad, sensibilidad y cultura cívica que duele asumir como lo que es, una enfermedad del sistema de convivencia que nos hemos dado los seres humanos.
No es pecar de pesimismo pensar que el problema de los malos tratos a los niños crece en intensidad y frecuencia: nuestra sociedad se desarrolla y crece en una economía de mercado en la que las estructuras que generan bienestar social no son suficientemente eficaces y se tiende a masivas concentraciones urbanas, con el consiguiente desplazamiento de familias enteras que viven en otros entornos a ambientes culturales extraños y desprovistos de medidas de protección y acogida. Además, las bolsas de pobreza y marginación, cada vez mayores, constituyen un problema de muy difícil solución en muchos países económicamente desarrollados, entre ellos el nuestro. Y, desde el punto de vista psicológico, parece constatarse la tendencia a que la agresividad que generan las frustraciones que acumulamos a lo largo del día se desahogue sistemáticamente con los más débiles, en este caso los niños.
El perfil del maltratador no es forzosamente el de un demonio sin sensibilidad, un desequilibrado, un marginado sin referencias sociales o un padre o madre que sufrió el problema en su propia piel cuando fue niño o niña. Puede caer en estas prácticas cualquier persona que no metaboliza adecuadamente la angustia que causan los fracasos y humillaciones en el trabajo, el rechazo de los amigos, la insatisfacción ante su vida personal. A otros adultos se les va la mano por simple ignorancia de la repercusión que su comportamiento puede acarrear para el niño.


Qué es, en realidad, el maltrato.
Un niño es maltratado o sufre abusos cuando su salud física y su seguridad o su bienestar psicológico se hallan en peligro por las acciones infligidas por sus padres o por las personas que tienen encomendado su cuidado. Puede producirse maltrato tanto por acción como por omisión y por negligencia. Se considera que hay cuatro tipos de maltrato. Maltrato físico es cualquier lesión causada al niño como consecuencia de golpes, tirones de pelo, patadas, pinchazos¿ propinados de manera intencional por parte de un adulto. También están los daños causados por castigos inapropiados o desmesurados. Es difícil distinguir cuándo termina la imposición de la disciplina mediante castigos físicos "razonables" y cuándo comienza el abuso. Quien utiliza el castigo fìsico argumenta que lo hace como último recurso, cuando otras alternativas correctoras menos expeditivas (y que entrañan mayor esfuerzo por parte de los padres), como las explicaciones y otros castigos o amenazas menores han demostrado su ineficacia. No tiene intención de lesionar, sólo pretende corregir una conducta inadecuada. Pero, con la excepción del "pequeño azote a tiempo"(considerado por muchos padres como necesario, aunque pervive el debate social al respecto), que es disculpable sólo cuando el niño se muestra refractario a cualquier otra forma de corrección, el castigo físico es un atentado contra la dignidad y la autoestima del niño, y puede causarle graves daños emocionales.
Los niños que sufren frecuentes o graves castigos físicos tienden a reproducir actitudes violentas, ya sea para conseguir sus fines o incluso sin motivación aparente.
Los signos del maltrato físico son: quemaduras, fracturas o hematomas, que aparecen bruscamente sin una explicación convincente; el niño atemorizado ante el acercamiento de los mayores; los padres que se refieren a su hijo despectivamente y la familia trata al niño con exagerada disciplina física.
El segundo tipo de maltrato es el abandono o negligencia, descuidos importantes en la esencial tarea de cubrir las necesidades básicas del niño, ya sea en educación, salud y seguridad o bienestar. Estamos ante un abandono físico cuando se desatiende la salud del niño, se le expulsa de casa o se le deja repetidamente al cuidado de menores, y se trata de abandono educacional cuando no se vela para que el hijo disponga de una educación y escolarización adecuadas a sus necesidades. Los signos del abandono o negligencia: absentismo escolar, problemas visuales o dentales que no reciben la atención que necesitan, aspecto descuidado, niños pequeños que se quedan solos en casa, menores mal vestidos cuando la capacidad económica de los padres no es crítica...


El maltrato emocional.
Es una de las formas más extendidas de maltrato infantil y quizá la más tolerada socialmente. Son niños insultados, menospreciados o ridiculizados precisamente por los adultos que deberían fomentar su autoestima y crecimiento personal. Esta violencia causa en los niños perturbaciones que influirán en su salud psíquica. Las víctimas a adoptan comportamientos extremos (llaman la atención o se muestran muy pasivos) o adoptan comportamientos adultos protegiendo a otros niños, o parecen más infantiles de lo que por edad les corresponde. En ocasiones, se han registrado intentos de suicidio en estos niños.


El abuso sexual.
Consiste en los contactos entre un adulto y un niño que proporcionan satisfacción sexual al adulto sin que el niño pueda dar un consentimiento consciente. La mayoría se producen en el ámbito del hogar. El que abusa normalmente es miembro de la familia o una persona allegada. Los signos de abuso sexual dependen de muchos factores, como el momento de la vida del niño en que acontecen, si hubo o no fuerza y amenazas, y de la personalidad del niño y del abusador. De todos modos, es habitual que el niño que sufre abusos sexuales se niegue a hacer ejercicios físicos en la escuela, muestre conductas o conocimientos sexuales inapropiados para su edad y que pretenda iniciar contactos sexuales con niños menores que él.


Un niño puede estar sufriendo malos tratos cuando se dan estas circunstancias:
-Cambios repentinos en su conducta habitual.
-Problemas físicos que no reciben atención de sus padres.
-Se muestra ansioso y expectante como si algo malo fuera a pasar.
-Absentismo escolar injustificado.
-La familia se interesa poco por el proceso escolar del hijo y no acude al colegio cuando se le llama.
-Los padres niegan que el niño tenga problemas y a la vez lo desprecian por su conducta.
-La familia exige al niño metas inalcanzables para su capacidad. - Los padres o adultos a su cargo le ridiculizan frecuentemente Los niños no miran a la cara a la gente o hablan mal de casi todo el mundo.


¿Qué hacer ante el maltrato infantil?

Los casos de maltrato infantil no salen a la luz y no se denuncian porque no sabemos identificar los signos que delatan que a un niño le maltratan, o bien porque cuando las evidencias existen preferimos evitar problemas o tememos que hacerlas públicas pueda volverse contra del propio niño. O también porque el presunto maltratador es una persona próxima o conocida. La "vista gorda" ante esta lacra social no carece de muy comprensibles justificaciones, y es por ello que tiene tanto predicamento.
Es un problemas de dimensión e interés comunitario: la sociedad en su conjunto debe buscar las soluciones, pero... cuando un particular alimenta fundadas sospechas de que un niño o niña está sufriendo malos tratos debe actuar con responsabilidad ética y con la máxima prudencia. Lo primero es poner el caso en manos de los Servicios Sociales, que determinarán cómo se aborda la situación desde el aspecto legal, psicológico, familiar, escolar y contando con la colaboración de las instituciones especializadas en atención a menores. Si las intervenciones públicas tardan en actuar, no lo hagamos nosotros directamente ante el niño ni ante la familia. Y mucho menos aún, convirtamos estos hechos en objeto del cotilleo y morbo de la vecindad.
La discreción y el sentido común son, en este caso, un deber moral y favorecen la solución de estas situaciones. Pensemos también en la imagen y honorabilidad de los supuestos maltratadores. Un exceso de celo puede ser perjudicial. Si los servicios sociales no atienden nuestra demanda, podemos insistir ante la institución correspondiente (normalmente, el Servicio Social de Base del Ayuntamiento). De persistir la demora, tenemos el deber cívico de denunciar el hecho ante las autoridades, especialmente cuando la violencia que sufre el niño es manifiesta y reiterada. Corresponde a los servicios públicos de atención a la infancia abordar las situaciones de maltrato infantil, pero todos somos responsables de favorecer las condiciones sociales para que los derechos de los niños sean respetados.